Hace unos meses, regresando a Madrid desde Asturias, desde esa zona donde aún quedan, visibles, huellas de dinosaurios, escribía: “Hoy la naturaleza que me acompaña se encuentra en pequeños reductos llamados macetas o parques, de modo que regresar a una ciudad tan llena de pensamientos no se hace fácil.”
¿Por qué acudimos al arte? Hay motivos incontables, pero a mi más de una vez se me viene a la mente el mismo: el arte en ocasiones es una fuerza de la naturaleza expresada a través de nosotros, los humanos, y cuando no hay naturaleza cerca para armonizarnos con nuestros auténticos ritmos, acudimos a alguna representación de ella que, de un modo más o menos claro, directo o indirecto, alguien realizó.
Es un ciclo. Uno entra en contacto consigo mismo, encuentra algunas verdades, propias o universales. Uno llega ahí, a ese centro y a esa verdad fundamental. Y al llegar, la quietud. Y en la quietud, las ganas, el deseo de compartir lo hallado con los demás. Con lo cual todo se convierte en un bucle que lleva del caos a la quietud, y del silencio al movimiento, en una especie de respiración contínua como la que nos expone Glenda León.
Llenar el espacio de las ciudades con algo verdadero. Rellenar esos huecos, vacíos -que están a veces muy vacíos los huecos llenos de las ciudades- rellenarlos precisamente con vacío, pero un vacío y un silencio que son plenos, que colman de verdad y que no tapan agujeros sino que exponen verdades sin parafernalias, sin pretensiones. Glenda como bien dice tiene la hermosa y sana intención, a través de su arte, no de una mera catarsis personal sino de contribuir a elevar el espíritu del que la observa y a embellecer el pensamiento.
Si nos damos cuenta, es el arte una hermosa herramienta que tenemos a nuestra disposición los seres humanos para recordarnos unos a otros cosas que importan. Podemos imaginar que somos un arpa que nadie toca. Que no sabemos cómo podemos sonar. Entonces viene una mano, digamos por llamarlo de algún modo que es la inspiración, que obliga a nuestras cuerdas a moverse, a vibrar, a expandirse y encogerse, a explorar sus verdaderas dimensiones y posibilidades sonoras. Podemos aporrear un arpa con rabia, una catarsis pura y dura, y eso en ningún momento estará mal ni será juzgable. Pero lo que es cierto es que de esa manera ese arpa jamás explorará toda su gama de posibilidades acústicas y vibratorias.
Esa amplísima gama emocional es lo que llevamos dentro, y podemos explorar maneras de enriquecer su expresión. Hallaremos que hay tipos de arte que meramente nos remueven, y otros que, efectivamente, nos ayudan invitándonos a subirnos en sus alas a sobrevolar nuevas atmósferas. Nuevas atmósferas quizá jamás sospechadas en las ciudades. Nuevas atmósferas que no son nuevas en realidad, que siempre estuvieron y están ahí. Nuevas atmósferas que se respiran con facilidad en la naturaleza y de las que en las ciudades desconectamos con facilidad pasmosa. El arte capaz de conducirnos de la mano de vuelta a lo más esencial, tranquilo y limpio que hay en cada uno de nosotros es lo que nos ofrece Glenda León con su Cada respiro.
Ve a respirar. A la montaña. Al mar. A donde no se te olvide cuán profundamente puedes hacerlo. Y si en la ciudad se te olvida, acude a ver esta representación de la naturaleza en Matadero Madrid. Quizá te ayude a recordar lo más sencillo, lo que tienes más cerca de tí, lo que, por tan pequeño, es tan fácil de olvidar pero sin lo cual tu vida ni siquiera sería.